Hoy me inquieta la decisión del obispo de Oviedo de vetar en su diócesis las jornadas de pastoral que anualmente celebra Escuelas Católicas, decisión que ha tenido repercusiones en otras diócesis españolas, pues los propios religiosos han decidido suspenderlas en Andalucía, en pro de la paz eclesial.
Y me inquieta porque no entiendo nada. Al parecer, el obispo, a más ende, franciscano, no estaba de acuerdo con algunos ponentes, entre los que se encuentran Serafín Béjar, teólogo, profesor y párroco de Granada, Sor Lucía Caram, dominica contemplativa de Manresa, Emilio Pinto, maestro y psicoterapeuta, Juan Rubio, director de la revista Vida Nueva, Carmen Barba, profesora de cartografía moral, o Denis Rafer, director teatral.
Y el caso es que no hay más información. No le gustan al señor obispo alguna o algunas de estas personas, pero si están en contra de la doctrina católica, ¿lo suyo no sería denunciarlos como tantas veces ha hecho y hace nuestra jerarquía con aquellos que intentan abrir un poco los horizontes de nuestra fe en un mundo cambiante? Pues no lo ha hecho. ¿Entonces?
El choque de iglesia jerárquica con otros estamentos en ocasiones es muy amplio. Si una función de la jerarquía es guardar la ortodoxia de nuestra fe, otra función de la vida religiosa es ser punta de lanza en medio del mundo. Los religiosos españoles, y en este caso también los que se dedican a la enseñanza, han visto como las controversias con los pastores locales son recurrentes en los últimos años.
Me parece que hay otras fórmulas que el ordeno y mando. Y más cuando el obispo en cuestión es un religioso.
Las luchas dentro de la Iglesia son mucho más dañinas que las palabras y discursos sobre la unión y la fraternidad. Tenemos tanto que aprender.
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