Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

sábado, 20 de abril de 2013

Seamos como la sal

Hoy me inquieta la Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5, 13-16). Sobre todo, aquello de "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente".

Y es que, aunque no sea el Evangelio de este domingo, la sal sigue siendo una de las metáforas más bonitas que encuentro en la Biblia. Algo tan simple, algo tan obvio que todos tenemos en la cocina, algo que incluimos en las comidas sin pensar por qué, resulta ser que es tan necesario como el respirar para vivir. 

Desconocía que la sal fue un elemento imprescindible en la antigüedad. De hecho, en la Edad Media, la sal era tan cara que se la solía llamar "oro blanco". Además, se trata del condimento más antiguo usado por el hombre. Se cree que allá por el 2.700 a.C en China ya se usaba la sal para sazonar.

Los cristianos y la sal


¿Qué deberíamos imitar de la sal los cristianos? ¿Qué propiedades tiene que podemos asumir en nuestra vida? 

Lo primero a tener en cuenta es que la sal conserva, previene que, por ejemplo, la carne o el pescado se pudran. También hay que tener en cuenta que la sal condimenta los alimentos, les da mejor sabor y los complementa. ¿No es este nuestro papel en la tierra?

La sal irrita, sí. Si la sal toca alguna herida, ésta arde y escuece; por eso, hay que tener en cuenta que nuestra manera de vivir, de ser sal, puede irritar a otros. Pero la sal provoca sed, y somos nosotros los encargados de provocar esa sed de Dios en todos los que nos rodean, siendo testimonio de su estilo de vida.

Y la sal, sana y cura heridas. Se usa como medicina natural en muchas comunidades, está presente en muchos medicamentos... 

Seamos sal de la tierra y condimentemos al mundo con nuestro ejemplo y manera de ser. 






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