Hoy me inquieta el evangelio y la fiesta que hoy celebramos: "Corpus Christi". Aunque ésta debiera haberse celebrado en jueves, 60 días después del domingo de Resurrección.
Éste es un día de celebración y de alegría donde se manifiesta por las calles de muchas ciudades el misterio de la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, desde que el Papa Nicolás V así lo estableciese en 1.447 por las calles de Roma.
En la calle poco a poco se desconoce más el motivo de esta manifestación, y es que el elemento más importante, el propio Cuerpo de Cristo, queda diluido envuelto entre custodias y palios que en vez de darle admiración y humildad muestran pomposidad y riquezas, propias de otros siglos. Y es que si algo es infinitamente digno no tiene más valor por más oro, ni joyas, ni materiales preciosos que se le añadan, sino más bien al contrario, libre de todo envoltorio brilla por su propia pureza y naturaleza.
Fiesta importante la que hoy celebramos, pero deberíamos recordar realmente en la sencillez en la que se desarrolló la última cena, momento en el que aconteció por primera vez este milagro.
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