Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

jueves, 17 de mayo de 2012

El Líder de la Revolución

Hoy me inquieta el papel de la Iglesia en los movimientos de liberación latinoamericanos.
Latino América ha protagonizado grandes ciclos revolucionarios a lo largo de estos dos últimos siglos. Cada uno experimentará procesos bien distintos: Por una parte, estarían los situados en el siglo XIX, fase de movimientos independentistas en los que  surge la conciencia de soberanía nacional, donde la  sociedad entiende que es capaz de poder elegir el destino de su nación; y por otro lado, estaría la ola revolucionaria que inunda toda América Latina a mediados del siglo XX, tiempos donde se producen violaciones masivas de los derechos humanos.
Desde el sermón del dominico Montesinos ,en 1511, contra la explotación de los indios por los encomenderos, hasta nuestros días, la Iglesia ha vivido y vive su compromiso evangelizador en las tierras latinoamericanas estando cerca del oprimido.
En todas estas circunstancias, donde se sufre falta de libertad y alimento, la Iglesia ha respondido con su fundamental respaldo. Muchos de los levantamientos han sido encabezados por curas y laicos comprometidos desde la fe, seguidos por decenas de miles de indios, mestizos, campesinos, estudiantes y grandes sectores de la sociedad.
No se puede afirmar  con tanta facilidad, que la Iglesia supone un muro a los cambios sociales, una oposición a la búsqueda de libertades, cuando aparecen tantos hermanos, sacerdotes, religiosos  y laicos liderando y respaldando movimientos sociales. Es el caso del cura Miguel Hidalgo que murió defendiendo  una mejora de vida de de los indígenas de Nueva España y fue seguido por el padre José María Morelos que consiguió un desarrollo de los derechos políticos,  o el sacerdote Camilo Torres y tantos sacerdotes y líderes cristianos masacrados por luchar, desde el evangelio de Jesús,  contra toda injusticia.
Otros casos dignos de mención serían, por un lado, el apoyo de la Iglesia Católica a la revolución Sandinista Nicaragüense, que gozaba de su bendición y  que estuvo sustentado por el partido y grupos sindicales cristianos; y por otro, el papel importante que tuvo el sector cristiano progresista en la victoria   del doctor Salvador Allende en las elecciones presidenciales chilenas, así como la crítica y denuncia de los  regímenes dictatoriales del Cono Sur y su compromiso con los represaliados.
La lucha iniciada por  Bartolomé de las Casas, hasta la llevada en la actualidad por  los últimos misioneros llegados , honran la conciencia cristiana.
A pesar de lo que decimos, es cierto que la primera evangelización latinoamericana fue una demostración de fe y de fuerza, pero eso no puede oscurecer el tremendo esfuerzo realizado por los misioneros en pro de la dignidad y de la libertad de todo hombre y mujer.
Tampoco podemos olvidar la experiencia nueva, revolucionaria, de las Reducciones Jesuitas en el río de la Plata al inicio del XVII y que se prolongará hasta casi finales del XVIII. Fueron la experiencia de libertad, de distribución de bienes, de justicia social  más radical vivida en aquellas tierras. Experiencia  construida sobre la vida comunitaria que inspiraron las primeras comunidades cristianas. Todavía hoy, en el estilo de vida del campesinado de la zona de influencia de las Reducciones, pesa positivamente ese recuerdo.
Fenómeno singular y esencial es el nacimiento de la Teología de la Liberación, fenómeno eclesial netamente latinoamericano,  bendecido por los planteamientos renovadores del Concilio Vaticano II.
Movimiento teológico-pastoral que marcará todo el postconcilio y que anima, aún hoy, el compromiso cristiano de los pueblos latinoamericanos.
En la conciencia profunda de la Iglesia latinoamericana late esta convicción: que"Cristo Salvador libera al hombre del pecado, raíz última de toda ruptura de amistad, de toda injusticia y opresión, y lo hace auténticamente libre, es decir que pueda vivir en comunión con él, fundamento de toda fraternidad humana..." (Gustavo Gutierrez)
 La Iglesia siempre será una parábola de comunión en el género humano.


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