Hoy me inquieta la confesión. Reflexionaba sobre ello
tras las palabras de hace unos días del papa Francisco: “La confesión no es como ir a la lavandería para limpiar la suciedad de
la ropa, es ir a encontrarse con Jesús
que siempre espera para perdonar”. Y es que, al fin y al cabo, el
sacramento de la Reconciliación no es más que el acto de un padre que acoge con
ternura y comprende al hijo.
Decir la verdad es uno delos actos más humildes que puede
hacer un ser humano. Verdad ante todo, aunque duela, aunque avergüence. La verdad
libera, sana y cura heridas. El Papa
Francisco recordaba que para decir la verdad es necesario “confiar”. Dios nos
defiende ante nuestras debilidades, cuando perdona hace justicia.
¿Qué beneficios nos puede aportar el simple hecho de
decir la verdad? Lo primero es que ser una persona honesta nos va a acompañar
siempre, allá donde vayamos. Aunque en ocasiones tengamos un desliz, los demás
lo entenderán porque no forma parte de nuestra forma de ser. Lo segundo es que,
al saber distinguir perfectamente entre el bien y el mal, verdad y mentira,
nuestra consciencia y moral hará siempre un esfuerzo innato para buscar lo que
nos aporte bienestar.
Jesús es el camino, la vida pero también LA VERDAD. Es la
verdad de Dios, nuestra verdad.
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