En los días previos al seis de enero, es muy corriente saludar a la gente deseándole feliz año nuevo y, ya de paso, continuar con los buenos propósitos y desear que los Reyes sean buenos. El otro día yendo por la calle con un buen amigo mío pasó lo que acabo de describir, aunque con una salvedad. Mi amigo, de unos treinta y picos años, casado y con hijos, le contestó a quién le saludaba: ¡hombre, a estas alturas, con la edad que tenemos, si los reyes no se portan bien con los mayores es que estamos tontos o nos hemos vuelto locos!
Y la respuesta, que no deja de ser algo puntual y anecdótico, me volvió a mi cabeza en forma de inquietud al ver los mensajes del facebook y el whatsapp en los que una y otra vez se iba repitiendo que los Reyes nos concedan paz, trabajo, alegría, salud...
Y yo me volvía a preguntar: pero bueno, ¿nos hemos vuelto locos? El evangelio de hoy nos recuerda que el Reino de Dios está cerca, tan cerca como nosotros queramos tenerlo, poniendo a Dios como el Rey de nuestra vida, como el principal valor de nuestra persona.
Seguramente, y con esto cierro mi inquietud, si vivimos más auténticamente nuestra fe, seremos más reyes, más magos, más adoradores de Dios.
Así sí, de esta forma firmo convertirme en niño y pedirle deseos a los Reyes.
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