Hace 8cientos años, en una edad media en la que pocos y afortunados eran los que sabían leer, San Francisco de Asís pensó que podría llegar mejor a sus rudos contemporáneos ejemplificando lo que pudo ocurrir en el momento del nacimiento de Jesús. Para ello simbolizó la sencillez del nacimiento de Jesús en un pesebre con un buey y una mula. En este blog ya nos inquietó este tema en una entrada titulada "El belén como herramienta" (7-XII-2011). En ella concluíamos la capacidad de San Francisco para transmitir mediante una innovación el mensaje invariable de los evangelios.
Ayer Benedicto XVI publicó el último libro de su trilogía en el que trata, entre otros temas, el misterio del nacimiento de Jesús. Pero de todas las reflexiones y enseñanzas que debe haber en él (aún no he tenido oportunidad de leerlo) sólo ha transcendido a los titulares el "desahucio" del buey y mula del belén, lo cual no es ni mucho menos un tema nuevo.
Viendo el escándalo organizado, uno reflexiona sobre si las acusaciones de "tradicionalistas" deben recaer sobre la jerarquía o sobre el propio Pueblo de Dios, que sigue sin interiorizar el Concilio Vaticano II (1962) y en cambio sigue fiel a la contrareforma del Concilio de Trento (1545). Permaneciendo estancado en viejas fórmulas y dogmas sin base ni científica, ni histórica, ni teológica, que con razón son motivo de crítica y burla.
Que el Papa reconozca ésto pensaba yo que era una obviedad, pero parece ser que se hace necesario éste trámite. ¿Qué hubiera pasado si hubiera dicho otra certeza tal que Jesús no nació el 25 de diciembre?
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