Hoy me inquieta el binomio fe y política. Y me inquieta porque entre mis alumnos es uno de los temas que más le duelen cuando hablamos de la Iglesia. Ellos lo definen como el interés de los obispos por querer controlar todo lo que pasa y todo lo que hace la gente, a pesar de que a la gente, sobre todo a los jóvenes, les importe muy poco lo que ellos pretendan decirles.
Y hoy yo me pregunto: ¿Han de mezclarse la fe y la política? Y creo, sincera y rotundamente, que sí. La predicación de Jesús de Nazaret tuvo como centro la llegada del Reino de Dios, aquella sociedad en la que estructural y personalmente Dios sería el rey, el valor más importante. Y esto, para él tenía sus consecuencias vitales.
Jesús se relacionó con quienes eran ignorados por la sociedad, mostrando un comportamiento político, anunciando con gestos y palabras que era posible vivir como Dios quiere. Eso le llevó también a denunciar políticas injustas de las autoridades, tanto de las religiosas que pretendían ser los garantes absolutos de la salvación, como de las civiles, que basaban su orden en una paz que subyugaba a gran parte de la sociedad.
Ayer, el papa, en la eucaristía por la fiesta de Cristo Rey afirmó que "Jesús no tenía ninguna ambición política", pero eso no significa que no tuviera ninguna actividad política.
Quizá en nuestra querida Iglesia sobren ambiciones políticas y falten actividades realmente proféticas que denuncien, también con gestos y palabras, que el Reino de Dios está ya aquí, pero que hemos de cambiar muchas cosas, personal y estructuralmente, en la Iglesia y fuera de ella.
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