Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

martes, 15 de mayo de 2012

El poder de la homilía en saco roto

Hoy me inquieta la poca transcendencia y poco crédito de muchas homilías.

La homilía, mal llamada "sermón" en concordancia con su uso habitual de reprimenda o amonestación, es el segundo momento de evangelización más importante de la Eucaristía. Por ejemplo, en los siglos pasados, se hacía indispensable recurrir a ella no sólo para explicar el contenido de las lecturas que la preceden, sino también como altavoz desde el que dar motivos para creer y convertirse al cristianismo, ya que sobretodo en los primeros años de la Iglesia solía acercarse gente no bautizada aún.

Por este motivo se hacía imprescindible una oratoria impecable. Grandes oradores como san Agustín de Hipona, san Juan Crisóstomo (patrón de los oradores), San Vicente Ferrer y otros muchos más, cuidaban cada gesto, cada palabra, cada mirada, cada tono de voz... con tal de poder expresar las razones que les hacían encomendarse a Dios. Tal era la expectación que acumulaban que algunos de estos grandes oradores sólo se dedicaron a eso, al arte de predicar, recorriendo bastos territorios y visitando muchas parroquias y comunidades.

Hoy en día con los extensos métodos de oratoria que conocemos, parece increíble que éstos no se apliquen (en algunos casos) a los sermones del domingo. También inquieta que aquellos sacerdotes o diáconos con ese don especial de oratoria sean recluídos en sus parroquias o universidades en las que dan clase, en vez de ofrecerse o de ser invitados para que el Pueblo viva la fe desde sus enseñanzas.

Seguro que de esa forma se tendrían más Iglesias llenas, y sobretodo y más importante, los fieles vivirían una fe más plena, que muchos pese a querer, siguen sin entender.

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