Esta tarde
de Jueves Santo, cuando la Iglesia universal celebra el regalo de la
Eucaristía, tomaré las palabras de San Justino, mártir y apologista, nacido en
la antigua Siquem de Samaría a comienzos del siglo II, para hablar de la
Eucaristía.
En su Primera Apología en defensa de los cristianos, Justino,
explica a los no creyentes el “misterio” de la celebración eucarística, cómo se
estructuraba y celebraba esta oración en las comunidades cristianas.
“No hay
nada secreto entre nosotros-decía-; así celebramos nuestro culto”
“…A nadie
es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que
enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los
pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no
tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino
que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y
tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos
aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que
contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra
sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo
Jesús que se encarno.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día
llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la
ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados
de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.
Luego,
cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras
de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.
Después
nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya
dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el
que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el
pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que
se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se
encargan de llevárselo a los ausentes.
Los que
poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le
parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se
ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u
otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se
hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos
los necesitados.
Y nos
reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de
la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y
también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre
los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al
día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus
apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra
consideración…”
cap. 66-67)
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