Hoy me inquieta el castigo, y parece que a la sociedad española también debido a las recientes noticias que nos llegan de la justicia.
Sobran argumentos para enfrentar a la sociedad, como si de un partido Madrid - Barça se tratara, y es muy difícil mantenerse fuera del juego, lugar que creo que corresponde a alguien que ha entendido, aunque sea sólo a medias, el mensaje de Jesús.
Para ilustrarlo contaré una anécdota verídica:
Un padre llevaba a su hijo pequeño, 6 años, en el coche. Como está prohibido que se siente en los asientos delanteros él iba sólo detrás, aunque sin silla especial ni nada. El niño tenía la costumbre de sentarse sobre la tapa interior del maletero, porque así podía ver el cielo, y el padre, sin reflexionarlo mucho, lo consentía. Durante el viaje el coche pasó por uno de esos resaltos que hay en la calle para frenar la velocidad y, aunque el coche no iba muy deprisa el cierre del maletero falló, se abrió y el niño salió disparado contra la calle, desnucándose y falleciendo...
Con tener un mínimo de empatía es fácil ponerse en el lugar del padre y imaginar el castigo que su conciencia le autoimpondría pero los mismos que claman por una justicia justa, una justicia que funcione, tendrían que pedir, por coherencia, que el padre fuese a prision por homicidio involuntario, en una muestra más del orgullo del ser humano por creerse capacitado para hacer justicia.
En mi opinión no es nuestra la justicia ni es nuestro el castigo, no tenemos autoridad para castigar a nadie, privarlo de libertad, apartarlo de su trabajo o encerrarlo de por vida. Nuestra respuesta tan sólo puede ser dar el perdón, con la ayuda de Dios. La sentencia más justa para mí, aunque a los hermanos mayores no les guste, es la que se le dio al hijo pródigo.
Y hagamos real también aquella parte que dice: ...así como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden...
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