Hoy me inquietan las metas que nos ponemos. En particular, hoy pienso en cómo son y cómo deberían ser estas metas: ¿terrenales o celestiales?.
Aceptar la existencia de un Dios hace de cada uno de nosotros una Obra Divina, enaltece nuestras metas y aumenta las expectativas sobre nuestra propia vida... pero también aumenta nuestra responsabilidad sobre ella. Ser autoaceptado como Hijo de Dios es un gran desafío para nuestro día a día. Exige estar a la altura y muchos prefieren "no exigirse demasiado", prefieren no sentirse Hijos de Dios.
El cristiano se sabe humano y pecador pero intenta dar, en cada momento de su vida, su mejor esfuerzo. Porque sabe que puede ser todavía mejor siempre, porque sus metas son altas y porque quiere llevar su vida más allá siempre.
Aceptar la existencia de un Dios hace de cada uno de nosotros una Obra Divina, enaltece nuestras metas y aumenta las expectativas sobre nuestra propia vida... pero también aumenta nuestra responsabilidad sobre ella. Ser autoaceptado como Hijo de Dios es un gran desafío para nuestro día a día. Exige estar a la altura y muchos prefieren "no exigirse demasiado", prefieren no sentirse Hijos de Dios.
El cristiano se sabe humano y pecador pero intenta dar, en cada momento de su vida, su mejor esfuerzo. Porque sabe que puede ser todavía mejor siempre, porque sus metas son altas y porque quiere llevar su vida más allá siempre.
Os invito a ver este vídeo clásico de motivación y que refleja bastante bien esta actitud valiente de exigirnos lo mejor de nosotros mismos. Si vais cortos de tiempo podéis enganchar en el segundo minuto, pero os aconsejo que no paséis sin verlo: vale la pena. Sólo una pregunta: ¿qué papel creéis que juega el hecho de vendarse los ojos? Espero vuestras inquietudes y reacciones.
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