Hoy me inquieta el sentimiento de amenaza del árbol de Navidad como enemigo del Belén, cuando realmente el origen del árbol también tiene su historia cristiana y puede ser un símbolo igual de útil en el hogar para la preparación de la Navidad, si sabemos qué es lo que realmente estamos haciendo.
La mayor aportación a este icono la hizo San Bonifacio quien en el siglo VIII d.C. decoró un pino, en vez del tradicional fresno ofrecido a los dioses germanos. El pino, de hoja perenne, prevalece sobre el fresno, de hoja caduca, ya
que de alguna manera simboliza que la vida cristiana está llamada a la
eternidad, gracias también al otro árbol: la Cruz de Cristo. Lo decoró con manzanas, recordando al árbol de la ciencia que según cuenta el Génesis Dios hizo crecer en el Edén. Más tarde esas manzanas pasarían a convertirse en las actuales bolas de Navidad.
Poco a poco se le añadirían más elementos. Las luces de sus ramas, inicialmente velas, nos muestran el camino a seguir hasta llegar a la luz principal, situada en forma de estrella en el límite del árbol con el cielo. Esta luz representa la fe, recordando la estrella que guió a los Magos hasta el propio portal donde nació Jesús.
Las campanas adelantan el repique que tendrá lugar en todas las Iglesias del mundo el momento de la celebración del nacimiento del Salvador, en la Misa del Gallo. Los bastones representan a San José. Los lazos la unión de la familia, y así uno a uno todos los símbolos que queramos aportar.
Finalmente a los pies encontramos 3 regalos: oro, incienso y mirra. Los mismos que los Magos humildemente ofrecieron al Rey de Reyes.
Aunque todo esto es mejor si lo explica un niño:
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