Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

martes, 24 de abril de 2012

¿Qué llevas dentro?

Hoy me inquietan las corazas que nos ponemos (o nos ponen o nos hacen poner) y que nos impiden ser nosotros mismos. De sobra es conocido que el camino hacia Dios pasa inevitablemente por conocer y aceptarnos a nosotros mismos. Todos deberíamos ser capaces de mirar nuestro interior sin tapujos, vernos tal como somos. Sin embargo, muchas veces, tenemos tantas capas sobre nuestro corazón que ya no sabemos quiénes somos...

En alguna parte de nuestras vidas o incluso de nuestra historia, esto ya no lo sé, hemos aprendido a dejar de ser nosotros mismos; hemos aprendido a dejar de querernos tal como somos; hemos aprendido a no querer mirar de verdad nuestro corazón con sus verdaderos defectos y virtudes, con sus verdaderas necesidades y anhelos. 

Nos han enseñado a no conocernos y, con ello, tenemos muy complicado vivir en paz. Bajo mi punto de vista, las dificultades para conocer a Dios van muchas veces de la mano del miedo a conocernos a nosotros mismos

Os dejo esta bella historia que me ha inquietado hoy y que espero que os inquiete también a todos vosotros:

CORAZÓN DE CEBOLLA

Había una vez un huerto lleno de horalizas, árboles frutales y toda clase de plantas.
Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.
Pero de pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado...

El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.

Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón), una piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra un aguamarina, la de más allá una esmeralda... ¡Una verdadera maravilla!

Pero por alguna incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerable, inadecuado y hasta vergonzoso.

Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio, a quien gustaba sentarse a la sombra del huerto y que sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una:
  - ¿Por qué no eres como eres por dentro?

Y ellas le iban respondiendo:
  - Me obligaron a ser así...
  - Me fueron poniendo capas... incluso yo me puse alguna para que no dijeran...

Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras. Y al final el sabio se echó a llorar.

Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.


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