Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

viernes, 9 de septiembre de 2011

Humildad servida en cálices de oro

Hoy me inquieta el oro, joyas y materiales preciosos que rodean a toda celebración religiosa, en una Iglesia Católica que a la vez propaga la humildad y la caridad según el ejemplo de Jesús.

Todos somos sabedores de que la parte más importante de la Eucaristía es una repetición de la cena que Jesús tuvo con los apóstoles. En aquel momento se juntaron los 13 en un huerto apartado para de forma tranquila celebrar la Pascua Judía que, según los historiadores, tenía su correspondiente protocolo, aunque esto también lo podemos verificar simplemente preguntado a cualquier judío del siglo XXI. 

Aquella cena era muy importante para los judíos, pues significaba recordar cómo consiguieron la libertad como pueblo tras la huida de Egipto. Por lo tanto, como toda gran fiesta merece, ya en aquel momento los judíos empleaban ciertos materiales nobles en esta cena, y por consiguiente los apóstoles y Jesús no debieron brindar tampoco con cualquier cosa. Así pues, según diversos estudios el cáliz con mayor probabilidad de ser el auténtico es el de la Catedral de Valencia [aquí] que está hecho en su parte más fundamental de calcedonia, un mineral bastante noble para le época y contexto al que nos referimos. No obstante también es cierto que en dicha cena no se empleó patena (recipiente donde se consagran las hostias) y que hoy en día es considerada tanto o más importante que el cáliz.

El misterio de la fe de convertir el pan y el vino en cuerpo y sangre, nos invita a pensar que estos nuevos alimentos consagrados tampoco pueden ser desparramados por cualquier parte ni deben impregnar cálices de madera, papel o elementos tan poco nobles como el plástico. Por ello, como tantas otras veces, la respuesta de nuestras inquietudes suele estar en el origen, en este caso junto a los porqués de los primeros cristianos.

La pregunta que ahora os lanzo es la siguiente ¿Créeis que los cálices que tiene en posesión la Iglesia son encargos propios, o más bien regalos de nobles o de personas adineradas? ¿Qué debería hacer la Iglesia con ellos? ¿Debería desmontar el Santo Cáliz que se exhibe en la Catedral de Valencia para conservar únicamente el cáliz original de calcedonia?

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