Pocos son los que ahora recuerdan la visita del Papa a Cuba en enero de 1998. En aquel momento el encuentro de Fidel Castro con Juan Pablo II llenó portadas y a los cubanos les dejó esperanzas de que aquel duro régimen que había perseguido a creyentes y opositores durante tantos años estaba punto de cambiar.
Y aunque ha tardado más de la cuenta, aquel viaje sí que marcó el comienzo de algo. Juan Pablo II fue la primera persona que en suelo cubano pudo decir lo que tanta gente desde el exilio demandaba, la amnistía para los presos políticos y la apertura del régimen “Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba,”
Ahora vemos casi con naturalidad que la Iglesia Católica media para, poco a poco, acercar a la isla hacia la democracia, quizás demasiado espacio, pero también es cierto que con paso firme.
Este es un ejemplo para los que critican a la figura del Papa, quien debe, como principal embajador de los cristianos, defender los valores del evangelio siendo cabeza de la Iglesia y aunando todos nuestros esfuerzos hacia una misma dirección.
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