Porque la senda desde la inquietud a la confianza viene marcada por la reflexión

viernes, 1 de junio de 2012

La autoridad (y III)

Hoy me inquieta qué dice la Iglesia de la autoridad. Después de los dos artículos en los que analicé por encima como recibimos la autoridad en la sociedad, especialmente en la figura de los policías por una parte, o de los maestros y políticos por otra, me pregunto cual es el sentido que desde la Iglesia le damos a la autoridad.
Para responder a esta pregunta recurro al Catecismo, ya que tiene una sección expresa dedicada a la autoridad:
Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija [...] Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad. [...] La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios [...] El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
En esta parte queda claro que, según las palabras de San Pablo, la autoridad proviene de Dios. Una autoridad que los cristianos debemos acatar y rodear de respeto, pero aquí ya incluye: según su mérito. Y en esa línea prosigue en los artículos siguientes cuando afirma:
La determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos [...] La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral [...] La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos.
 Así que, a partir de aquí, la reflexión ya nos corresponde a nosotros. ¿Cuáles son esos medios moralmente lícitos? Según el mensaje de Cristo, lo que nos corresponde es amar, al prójimo, al enemigo, al hermano así que, ¿creéis que la autoridad utliza medios moralmente lícitos en estos casos?

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