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Carta a Diogneto, Anónimo s. II |
No fueron tiempos fáciles para los cristianos de las primeras hornadas. Fueron acusados de oscurantistas, cerrados, extraños...
Desde el inicio surge la necesidad de iluminar la opinión pública y defender a la comunidad cristiana de estos ataques. No era fácil. Había que dialogar con una cultura fuerte y estructurada y usar un mismo lenguaje.
Aparecen escritos explicando con claridad la doctrina y las costumbres cristianas. Estos discursos son llamados: apologías. El término significa defensa, justificación; y sus escritores son los apologistas.
Hombres sabios, conocedores de la fe cristiana y movidos por un espíritu de transparencia que saben usar el lenguaje adecuado para que, el mundo de la cultura grecolatina, llegue a entender la hondura del evangelio. Es necesario sacar al cristianismo de su aislamiento cultural y dialogar con la filosofía del tiempo.
Los apologistas introducen en el pensamiento cristiano el discurso griego. Se heleniza así el cristianismo, apareciendo una primera teología.
Nombres famosos entre ellos: Justino, que hacia el año 150 dirige una escuela de filosofía cristiana en Roma. Tertuliano, que en su obra Apologética despliega su talento y ardor en defensa de la fe cristiana. Como buen abogado, irá desmontando cada una de las quejas, juicios y condenaciones que se hacen contra los cristianos.
Uno de los pasajes apologistas más bellos es, sin duda, la Carta a Diogneto (version pdf), de autor desconocido y escrita hacia el año 200, en la que se presenta a los cristianos como "alma del mundo"