Hoy me inquieta un libro, concretamente "Los curas comunistas" de José Luis Martín Vigil, que leí hace ya un tiempo.
En él cuenta la historia de un sacerdote que, motivado por la situación que se vivió en la Iglesia y en la sociedad a raiz del Concilio Vaticano II, entra a trabajar en una fábrica, con el fin de hacer llegar más lejos el Evangelio, de romper las barreras de una sociedad de blancos y negros, de buenos y malos.
Allí en la fábrica se encuentra con la incomprensión de muchos, especialmente de aquellos que, considerando el mensaje de Cristo patrimonio suyo, creen que ese mensaje no debe llegar a todos. Las circunstancias de esa época hacen que las consecuencias de incorporar a una persona con estudios a los medios de producción no sean muy agradables para esas mismas personas que olvidan que el mensaje de Cristo también es un mensaje de justicia social y progresismo.
Me ha venido a la mente porque, incluso en esta misma página web, veo personas que creen que el hecho que Cristo viniera y muriera por nosotros con un mensaje de amor les legitima para odiar a los progresistas, demonizar el progresismo y defender un sistema injusto que provoca que una de cada tres personas sufra por el hambre.
El libro no es nuevo y seguramente para muchos resultaría muy extraño. Muestra las dificultades que, aún hoy en día, tenemos los locos que nos atrevemos a dudar de un Dios-de-los-míos-y-no-de-los-suyos. Para muchos cristianos la realidad de cada día es esa. Entiendo que algunas órdenes religiosas, para evitar esa incomodidad, promuevan en sus integrantes un alejamiento del mundo-que-no-es-nuestro, pero creo que es posible vivir en el mensaje de Cristo sin renunciar al amor a (y de) los samaritanos. Puesto que así empezó todo ¿no? con un mensaje de amor...