Llegó sin esperarlo. Y se quedó para refrescarnos. Tal día
como hoy, hace justo un año, a las 19.06 de la tarde, las campanas de la
Basílica de San Pedro y un denso humo blanco anunciaron al mundo que Jorge
Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, había sido elegido Papa. Millones
de personas en todo el mundo mascaron a la vez un chicle de menta y una agradecida
brisa llegaba al corazón. “¡Un papa argentino!”,
gritaron muchos sorprendidos. Y es que Francisco, así eligió llamarse, se convirtió
en el primer pontífice de Latinoamérica.
Desde entonces, sus palabras y sus gestos han llenado
páginas de periódicos, ocupado horas de radio y frames en televisión. Por no
hablar de Internet y las redes sociales; solo en la cuenta de Twitter en
español, @pontifex_es, tiene más de cinco millones de seguidores. Incluso ha
sido nombrado personaje del año de la
revista Time.
No es que Francisco haya revolucionado la Iglesia es,
simplemente, que comunica sólo con su presencia. El magisterio no ha
cambiado, ni los sacramentos, ni los
mandamientos… lo que ha cambiado es la figura del líder, la manera que tiene de
acercarse a los fieles, y a los no fieles.
Y lo hace con su sonrisa, su cariño y con una exhortación apostólica
bajo el brazo, “La alegría del Evangelio”.
Francisco cumple con todas las modas actuales. Es ‘trendy’,
se hace fotos ‘selfies’ con jóvenes, sus palabras y mensajes se convierten en ‘memes’ y 'virales'. Y al
final, lo más importante no es que sea líder de las redes sociales y llene
portadas de medios, sino que cada vez que alguien comparte algo del papa
Francisco, sea donde sea, la Palabra de Dios se hace presente. Comunicar es evangelizar, y
viceversa.