Hoy me inquieta la sorprendente noticia hecha pública hoy por el Papa acerca de su renuncia este mismo mes de febrero. Seguramente todos estamos al tanto de la noticia y en solo un día una persona puede incluso llegar a saturarse de un hecho tan excepcional como éste por la multiplicidad de veces en que es transmitida.
Pero que un Papa de la Iglesia Católica renuncie a su cargo es algo que no ocurre desde el Concilio de Constanza, allá por el siglo XV, cuando llegó a haber hasta tres papas a la vez (incluyendo al famoso Papa Luna, que se atrincheró en Peñíscola eludiendo el dimitir).
Creo que es un gesto que honra a Ratzinger. Un intelectual de su talla es capaz de darse cuenta de que ha llegado el final y que él no es Wojtila para esperar a la muerte en la cátedra de san Pedro.
Ojalá su ejemplo sirva para rejuvenecer la Iglesia y elegir un papa más joven, en edad y en espíritu, que sea capaz de movilizar los corazones y las fuerzas de tantos millones de jóvenes creyentes que han reducido su fe a la creencia intelectual de unas doctrinas que no tocan para nada su vida.
Creo que es momento para orar, para pedir a Dios que ilumine a los cardenales para elegir a un guía de profunda fe, capaz de entender los signos de los tiempos y de abrir las puertas de nuestra Iglesia a todos aquellos que se han desencantado de ella.
Sin duda, una decisión coherente y muy respetable. Admiro la valentía con la que nos ha sorprendido a todos el Santo Padre. Ahora nos toca rezar por su mejoría, por su salud y dar gracias a Dios por haberlo puesto en nuestro camino. Pedir perdón por sus defectos ha sido un acto de humildad muy grande.
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